La historia de mis pasos comienza con un abandono que nunca entenderé y que, por vergüenza, jamás contaré a nadie, porque sólo quién lo hizo lo entendería.
Un mal día me quitaron el collar y la correa y me animaron a correr sin que nadie me siguiera; para cuando alcé la vista y traté de buscar una cara amiga, sólo encontré monstruos con ojos brillantes que se me echaban encima profiriendo alaridos sin sentido.
Lo que vino después es una neblina de noches de luna rasa, contenedores de basura y rincones oscuros. Perdí mi color blanco brillante y me quedé con el tono y la mirada que caracteriza a aquellos que no tienen a nadie. Vagué, deambulé y recorrí sin rumbo alguno calles que jamás había visto y en las que nadie me miraba. Pensé que el dolor que llevaba encima me había hecho invisible a los demás.
Mi acierto fue saltar delante de un Corsa verde en la noche de Halloween que me dio nombre. Ya no me fiaba ni de mí mismo y la idea de que alguien similar a quien me había abandonado intentara atraparme no me seducía en absoluto. Sin embargo ella tenía comida y yo un hambre de siglos. Además, lucía una desconocida mueca en la cara que, días más tarde, averigué que era una sonrisa.
Decidí jugar mi última carta y acercarme, nada podía ser peor que el frío que me comía los huesos. Tuve suerte, alguien me dio entrada a una vida nueva y se está desviviendo por encontrarme un lugar en el que pueda ser feliz.
Ésta fue mi primera noche bajo techo, hace ya tres meses.
No hay comentarios:
Publicar un comentario